Día 11: Cuando era pequeña me emocionaba si mi padre me recitaba a Machado «caminante son tus huellas, el camino, y nada más» Emocionarme hasta llorar, porque era un poco moñas de niña (luego cambié y me hice de Bilbao) y supongo que ya entonces pensaba que eso es lo único que tenemos, ir haciendo camino al andar y, al volver la vista atrás, ver la senda que no se ha de volver a pisar. Luego él hacía chuchua chuchua y le quitaba hierro, pero quedaba el sentido. Igual me han educado entre el humor y la gravedad y me estoy dando cuenta ahora, que educo igual. Por eso me sale reírme ante lo malo, como defensa. Y ahí está el único valor que tengo, si tengo alguno.
Cuesta dejar atrás cosas de tu camino, pero qué falta hace a veces. Estos días me escriben muchas mujeres, diciendo que mi viaje las anima y les da fuerzas en momentos complicados. En las mujeres eso siempre va unido a lo emocional, sobre todas las cosas. Somos emoción.
Cuando pones el alma y lo que eres en algo que no es, que no funciona, eso te deja perdida. Y muchos viajes sola están impulsados por esos desengaños, buscándote a ti.
De hecho, me escriben mujeres que querrían o piensan que van a tener que viajar solas a raíz de uno de esos traspiés. No soy diferente supongo, lo que pasa es que ya me he acostumbrado a nadar en esas aguas, y disfruto igual aunque tenga momentos de pena. Después me río de mi sombra y se me pasa. Porque hasta lo inolvidable se olvida. Alternamos momentos buenos con momentos malos.
Estoy leyendo en este viaje «El amor en los tiempos del cólera» de García Márquez, y hay una frase que me ha hecho sonreír «los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga muchas veces a parirse a si mismos»
Miro un atardecer en Gili Trawangan, rodeada de mar por todas partes (es una isla, qué lista..) y eso me hace pensar en porqué estoy aquí, además de para atesorar vida.
Viajar me da fuerzas para volver con otra energía, para cambiar el hilo conductor de lo que hago, para aprender. De mi y del mundo.
Aunque no me/os engaño, cuando vuelves, todo está ahí. Si te vas de un sitio para huir de algo, no lo consigues. Nunca. Es como ese chiste malo que dice que para los que ahogan sus penas en alcohol, que sepan que las penas saben nadar.
Pues lo que llevas dentro te persigue así te vayas a las Antípodas.
Así que no viajéis por huir, pero hacerlo para volver mejor. Sabiendo que sois más fuertes, valientes, y más libres, más vosotras. Y si no tenéis una amiga con la que hacerlo, cosa probable a partir de una edad, hacerlo solas. De verdad, no pasa nada.
Tendréis momentos malos y de sentiros solas, de pensar qué narices hacéis ahí, entre adolescentes que bailan a Jennifer López, pero creceréis y os acostumbraréis. Aunque sean 3 días.
Probar y me contáis si no habéis ganado en valor para dejar atrás y seguir haciendo camino al andar. O, mejor, al viajar.