Mis primeros viajes sola empezaron con 15 años. Yo era de Bilbao y estaba interna en Madrid, fue una decisión propia porque quería ser actriz e irme a vivir allí. El caso es que los puentes y algunos fines de semana escapaba en autobús a Bilbao, nunca me costó liarme la manta a la cabeza, hacer una maleta e irme. La mayoría de la gente de mi edad no hubiera hecho esos trayectos sin miedo, pero a mi me encantaban. Me sentía libre, que nadie podía decidir por mi.
Después, me saqué el carnet de conducir a los 18, ya vivía de vuelta en Bilbao, era un símbolo de autonomía e independencia para mi, siempre lo fue.
Pero no tuve mi primer coche hasta que un novio me lo regaló dos años después. Qué generosidad, ahora me sorprende lo bien que elegía antes novios 😉
Nada más tener coche me surgió el primer viaje sola, mis abuelos estaban en un balneario en La Rioja y mi abuela tenía un brazo roto, así que mi padre me propuso pasar una semana con ellos en el balneario ocupándome de darle de comer, vestirla.. Y sin haber conducido nunca prácticamente, más que las clases que me daba mi amiga Idoia por polígonos y parkings, me fui a mi primer road trip sola. Mi abuela siempre me recordó eso diciendo que yo siempre había sido muy valiente y «echada pálante» 🙂
Me encanta recordar la sensación de libertad absoluta que tenía, aunque llevaba ya 5 años fuera de mi casa.
Coger un coche y hacer kilómetros ha sido muchas veces una válvula de escape, una liberación y una huida necesaria. Como cuando lo metí todo en el coche y me fui a vivir a Tenerife sin conocer a casi nadie, a los 23 años.
A veces extraño esa libertad de irme y de no tener raíces, aunque viendo a mis hijas se me pasa y me alegra haberlo vivido todo cuando me tocó y me apeteció.
Viajar sola a veces es tan fácil como esto, agarrar tu coche, pisar el acelerador y no mirar atrás. No tiene que ser un gran viaje, puedes decidir sobre la marcha el destino, tú eres la única dueña de tus pasos. Arrancamos?